NO TE SIENTAS MAL POR ESTAR MAL

Pedro hoy es el niño más feliz del mundo. Con sus dos años, al fin ha conseguido poder comerse un helado de esos de mayores, de esos que van metidos en un cucurucho de galleta y que son grandes, grandes…. Lo mira, redondito por arriba, acabado en pico por abajo… su vida es su helado. Y como la vida a veces nos sorprende para mal, Pedro acaba de descubrir que esa vida le ha jugado una mala pasada, y ha manchado su camiseta preferida. No sabe muy bien qué pasó, si fue el pequeño tropezón que tuvo con ese niño que pasaba y que intentó estirarle los rizos, si fue que no supo gestionar bien los tiempos y se entretuvo demasiado en otras cosas mientras el helado se le derretía, si es que el helado quería fastidiarle… No entró a valorarlo.
No buscó soluciones, bueno sí, intentó quitarlo frotando con la mano, así disimuladamente pero….. sólo logró estropearlo más al intentar taparlo. Tampoco buscó ayuda, no fuera que encima le riñeran… Sólo sintió vergüenza por haberse manchado, sólo sintió que no sabía gestionar su “adultez”, sólo valoró que no podía ser “normal” que él con sus dos años no fuera capaz de comerse ese helado sin problemas… y entonces se sintió mal.
Como “adulto” que era, no quiso pillar una perreta, no fuera que se notara su disgusto. Tan sólo dejó caer sus brazos casi tan abajo como su ánimo, dejó pasar el tiempo pensando en lo que le había pasado, encogió sus hombros para que no se le notara….. y Pedro consiguió no sólo no solucionar ese incidente sino agrandarlo aún más con un helado caído, derretido y oprimido por sus brazos.

¿Os parece una historia triste? Pues puede serlo aún más. Porque lo que le ha pasado a Pedro nos pasa en gran medida a las personas cuando hablamos de emociones.

Cuando alguna de nuestras emociones se derrite y mancha nuestro estado de ánimo, en demasiadas ocasiones no nos planteamos qué ha pasado ni cómo se puede solucionar. Y no lo hacemos porque nos sentimos tan mal por cómo nos ha quedado nuestra camisa, que no reaccionamos. Tampoco pedimos ni buscamos ayuda, porque nos sentimos tan culpables sin saber de qué…que decidimos encogernos de hombros y dejar pasar el tiempo, sin saber que el problema no desaparece, sino que al derretirse se extiende.

En mi consulta como psicóloga y coach, trabajo con muchas personas que pasan por procesos en los que quieren y necesitan mejorar su salud emocional. Las situaciones de estrés, los conflictos personales y profesionales, las dificultades para gestionar los tiempos y prioridades…. nos llevan a situaciones donde nos cuesta trabajo seguir. Y entonces el cucurucho no es suficiente para contener el helado derretido, cada vez más cuanto más esperamos. Cada vez más cuanto mayor es la carga de culpa que nos echamos encima.

Pero… ¿Qué habría pasado si Pedro hubiera pedido ayuda en el momento del primer goterón?

Quizás el mundo no habría sido tan cruel con él como él creía y simplemente, las personas que le quieren le habrían ayudado a solucionar el pequeño incidente. Quizás además habría aprendido estrategias sobre qué hacer si volvía a ocurrirle. Quizás le habrían mostrado alguna causalidad que le ayudara a evitarlo. Quizás le habrían reñido…pero menos. Quizás se habrían reido y le habrían enseñado a reírse de esas cosas que son inesperadas. Quizás le habrían mostrado que uno debe aprender a base de helados derretidos….O quizás le habrían llevado a un sitio donde ayudarle a que no fuera a mayores.

En nuestros malos momentos emocionales, nuestras soluciones no están en taparnos y dejar que la culpabilidad por esa camiseta emocional que no está impoluta y en perfecto estado, nos lleva a la inacción o a la rabia. No es cuestión de culpabilidades, los helados se derriten, los niños tropiezan, las camisetas se manchan, las personas sufren, pasan malos momentos, tienen problemas de salud… también emocional. Nos ocurre a todos…aunque lo intentemos disimular.

Nos han dicho del malestar emocional que una parte pequeña depende de las situaciones y una gran parte de cómo interpretamos esas situaciones. Yo añadiría algo más: el dolor emocional al que llegamos, depende en una pequeña parte del hecho que estamos interpretando y de una gran parte del sufrimiento que nos genera el malestar que nos ha producido. Es lo que llamamos las meta-emociones, es decir, el cómo nos sentimos por tener determinadas emociones, que nos cuesta reconocer, son naturales.

Si cuando nos duele una pierna comunicamos nuestro dolor, buscamos ayuda, sabemos que la cura requiere un tiempo y un esfuerzo…. ¿Por qué no es igual cuando nos duelen las emociones? ¿Por qué nos sentimos culpables de sentirnos mal? ¿Por qué nos cuesta tanto comunicar ese dolor? ¿Por qué nos sentimos tan frágiles? ¿Por qué creemos que ese dolor es avergonzante? Y lo más importante, para qué nos sirve que esto sea así…. PARA NADA.

Quizás la respuesta a estos por qués esté en la creencia de que debemos tener un control absoluto sobre nuestras emociones, y no es así: debemos saber que están ahí y debemos saber que podemos aprender a manejarlas. Pero al igual que aprendemos a caminar y es posible caerse y que nos duela una pierna, también es posible ese dolor con nuestras emociones. Y al igual que es posible salir adelante en un caso, también lo es en el otro.

El dolor emocional debe tener la misma utilidad que todos los dolores, es decir, identificar una necesidad de paso a la acción para la mejora. Debemos trabajar para dejar de añadir a nuestro dolor, el fuerte componente de autoculpabilidad que en demasiadas ocasiones tiene el dolor emocional. 

Dejemos de lado esas meta-emociones de culpabilidad, y pensemos en cómo calmar nuestro dolor y en cómo evitar que surja de nuevo. Sin más.

No hay razones para las culpas emocionales: deja de sentirte mal por estar mal, y empieza a trabajar por sentirte mejor. TE LO MERECES.

¿Empezamos?